domingo, 22 de noviembre de 2009

Seiscientos rojo

Tenía un seiscientos rojo. Rojo intenso, "como tu espíritu", solía decirle su padre. Cuando ponía en marcha esa cafetera que se hacía llamar coche, todo el mundo le miraba. En el centro comercial, en la playa de moda, en la salida del bar. Su motor estridente y su chapa abollada por los golpes de los años se convertían en el centro de las miradas, despertando disimuladas risas al compás de sus andares. Pero a él le daba igual. A veces, hasta le gustaba. Le excitaba que desconocidos transeúntes se detuviesen a observarle, a su coche y a él. Los días con demasiado tiempo, incluso reducía la velocidad para poder alargar este pequeño placer. Lo que más le agradaba es que esos ojos desconocidos, que le miraban con ingeniudad, no sabían nada del seiscientos, ni del greñudo con barba de seis días sentado al volante, ni de los polvos que se habían vivido en el asiento de atrás. Aun así, los observadores asentían con la cabeza cada vez que le veían, creyendo conocer todo sobre él. Que el coche era sacado del desguace, que el greñudo al volante gritaba paz y amor todos los días al levantarse, tenía un zoológico de piojos en su cabeza y era vegetocomunista activo, y que el asiento de atrás estaba decorado con esperma y fluidos vaginales de personas desconocidas para el conductor y para los propios amantes de una noche, que dejaron su huella en ese coche follando con unos y con otros.. Cómo se equivocaban. Marcos vivía en un barrio residencial, con tres sirvientas y cinco súbditos, y prefería conservarse virgen; trabajaba como jefe de guerras clandestinas en callejones de la ciudad - Un oficio desconocido, pero bien remunerado. Sus víctimas favoritas eran los niños descalzos con restos de mugre alrededor de su corazón-, y su melena tan sólo era fruto de un deseo, que un día u otro llegaría a cumplir: Poder limpiarse el culo con su larga cabellera, el sueño de muchos americanos adictos a extraños estupefacientes que distorsionan demasiado la realidad. Su espíritu rojo se había desteñido. Todos los principios en los que creyó se habían ido a la mierda. Y eso le gustaba.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Allí estábamos, tú y yo, roedados de miradas atónitas, demasiado conocidas, que observaban el ovillo que habíamos construido con nuestros cuerpos en el sofá de la habitación. Practicábamos sexo sin penetración, silenciosamente, mientras la cremallera de tu pantalón jugaba con mis medias de rejilla..
Se me han caducado los latidos, y las palabras, y las papilas, y las pupilas, y la saliva, y todo todito todo.