Antes de que llegara el invierno, salimos a la calle con ganas de comernos el mundo, con sandalias, falda corta y el pelo suelto. Bebimos cervezas y tintos de verano en tropecientas terrazas, trabajamos con resaca y horas de sueño, bailamos en algún concierto absurdo y fumamos unos cuantos cigarros de más. Conocimos muchas caras nuevas y nos reencontramos con algún que otro conocido. Nos alimentamos de constantes cambios, dramas tontos y ensaladas de colores. Apenas tuvimos vacaciones, pero cogimos aviones, fuimos a la playa y pasamos alguna noche sin dormir. No nos podemos quejar. Parece que llevemos media vida aquí, y hace menos de un año íbamos en tranvías sin billete, abrigadas hasta las cejas, y deseando que nevara para poder hacer muñecos de nieve en la puerta del bar. Y hace dos, estábamos comprando ropa térmica y billetes de ida para mudarnos de país. Y hace tres, celebrábamos sus veintitodos. Y hace seis, escribíamos tonterías en árabe en post it. Y hace diez, queríamos cambiar el mundo y devorarlo. Y hace veinte, ni siquiera nos planteábamos qué nos gustaría ser, en qué nos gustaría creer. Y con la tontería, hace casi treinta que asomamos la cabeza, y aquí seguimos.
El frío no ha llegado todavía, pero falta poco para que se enconda el sol y se nos meta en el cuerpo como un mal presentimiento.
Nos encanta tanta palabrería absurda, tanto, que podríamos pasarnos media vida escribiendo aquellas cosas que solíamos hacer.