sábado, 24 de enero de 2009

Monotonía

No conozco los pedacitos de tu infancia, ni lo que te depara el futuro, ni tus deseos, ni los por qués de tus por qués, ni el sabor de tus labios, ni el cosquilleo de tus caricias, ni el sonido de tus tequieros; pero he podido conocer el olor de tus sonrisas, y el escalofrío de tu mirada, y el abrazo de tus palabras, y tu inocencia perdida, y tu silencio mientras duermes, y la sensación de tus cabellos perdiéndose entre mis dedos. Y con eso me basta para echarte de menos, aunque tú no lo sepas.

jueves, 15 de enero de 2009

Impares

Los días impares retrocedo en el tiempo, hasta que vuelvo a sentarme en la barra de aquel bar, y recuerdo de nuevo la última noche que supe de ti. Pasé horas y horas esperándote, ahogando los segundos en whisky con hielo y tabaco rubio. Cada vez que la puerta se abría, dejaba caer mi cigarro al suelo, y te buscaba entre la gente. Todo el mundo se parecía a ti, pero tú no estabas por ningún rincón. Volvía a apoyarme en la barra, y dejaba pasar el tiempo. Algo me decía que llegarías de un momento a otro, que no me dejarías marchar sin darme un beso de esos que tanto me gustaban. Cuando el alcohol se había adueñado de mis palabras, sonó el teléfono. Vi tu nombre, y el corazón me dio un vuelco. Descolgué, ansiosa por oír tu voz. Pero no dijiste lo que yo quería que me contaras. No viniste a darme un último abrazo, a regalarme un último beso, a acariciarme con una última mirada. Estabas demasiado cansado para hacerlo. Así que me fui, dejando unos cuantos latidos suicidándose en la barra de aquel bar, con las pupilas encharcadas y el corazón apagado. Nunca más volví a saber de ti. Hasta hoy.

martes, 13 de enero de 2009

uh

Soy absurda, y aburrida, y monótona, y pesada. Soy (casi) todo lo que no quiero ser. Soy el querer y no poder, el poder y no querer. Soy exagerada, y quejica, demasiado quejica. De vez en cuando, intento disimularlo. De vez en cuando.

domingo, 11 de enero de 2009

Domingo tarde

El despertador decidió quedarse callado, para dejar que mis pesadillas se alargaran un ratito más. Las sábanas azules no querían despegarse de mi cuerpo, y yo les seguía la corriente, acercándome a ellas con cuidado, refugiando mi cabeza bajo la tela. Un ruido poco agradable venía de los pies de la cama. La pequeña rata se había levantado con ganas de roer el metal de su bebedero, y de paso, despertar a parte del vecindario. Una fuerza desconocida hizo que la roedora tuviese hambre, y abandonase su concierto de metal para invadir el comedero. Pude volver a dormirme, retomando mis queridas pesadillas. Pero los cristianos tuvieron que joderme el sueño. Un sinfín de campanas escandalosas y desafinadas se colaron por mi ventana, gritando constantemente hasta hacerme arañar los muelles del colchón. Cuando decidieron callarse, era demasiado tarde para reintentar dormirme. Así que, con pocas ganas, le di los buenos días a un mundo lluvioso y congestionado. No tenía ganas de desayunar. Me fui directa al escritorio. Al llegar, millones de apuntes y notas pendientes me dieron la bienvenida. Parecía que me esperaba un duro domingo por delante. Intenté terminar uno, o dos ejercicios. Ya eran las dos de la tarde. Me escaqueé de mí misma, huyendo a la cocina, con la escusa de hacerme la comida. Ensalada de canónigos. Un plato realizable en cinco minutos, pero que yo misma me encargué de cocinarlo en más de cuarenta y cinco. Después de una plácida comida, regresé al escritorio. Los apuntes y las notas seguían esperándome, me guiñaban el ojo de vez en cuando, para darme ánimos. Subí la persiana. Podía ver un poco de sol, y las malditas campanas que habían decidido despertarme. Bajé la persiana. Salí y entré de mi habitación dieciocho veces. La última vez, me senté en la silla, frente al ordenador. Me propusieron ir a la biblioteca, pero me negué. Domingo es un día para estar en casa, y yo no era quién para romper la tradición. Subí la persiana. El cielo se había vuelto azul oscuro, y las farolas intentaban dar un poco de color a ese día gris. Nerviosa por mi falta de estrés, me dediqué a escuchar decenas de canciones tristes con letras melancólicas, mientras me fumaba un cigarro rápidamente, antes de que alguien entrase en la habitación y me viese perdiendo el tiempo, y parte de los pulmones. Ni siquiera tuve ganas de cenar. Seguí con la música y los cigarros veloces, hasta que el sueño entró por mi ventana. Leí unas cuantas historias del señor Bukowski, y antes de dormir, me prometí que al día siguiente iba a madrugar, que aprovecharía las horas. Fue una lástima que el despertador se quedase en silencio de nuevo. Pero ya se sabe, la intención es lo que cuenta.

sábado, 10 de enero de 2009

Sábado noche

Me abrazo a la soledad antes de dormir. Huele mejor de lo que recordaba. Hacía tiempo que no me visitaba, y hoy ha vuelto, para esconderse bajo mis sábanas, para acariciar las lágrimas que corren por mis mejillas. Mi vida quiere irse, dejarme a la deriva, y ha metido mis palabras y mi inspiración en su maleta de hojalata. Lástima.

martes, 6 de enero de 2009

Saposá

El destino de los sapos
juega con mi olfato,
con mi vista,
incluso con mis papilas,
dándole a probar
la mano de un príncipe,
dejándole saborear
lo que nunca tendre(mos).

Y cuando no quede más remedio,
me casaré a escondidas
con la rana de la charca,
que me pedirá dinero
por un beso,
me hará pagarle por copular,
dormiremos en camas separadas,
y tendrá tantas amantes
como mis amores platónicos.

Crearemos un matrimonio
de mentira y ficción,
porque no quedará más remedio,
y treinta y ocho días después
acabará divorciándose de mí,
porque jurará que
ni por todo el oro del mundo
juntará nuestras lenguas,
y mucho menos se planteará
regalarme una pizca de amor.

Eso nunca, jamás.