El destino de los sapos
juega con mi olfato,
con mi vista,
incluso con mis papilas,
dándole a probar
la mano de un príncipe,
dejándole saborear
lo que nunca tendre(mos).
Y cuando no quede más remedio,
me casaré a escondidas
con la rana de la charca,
que me pedirá dinero
por un beso,
me hará pagarle por copular,
dormiremos en camas separadas,
y tendrá tantas amantes
como mis amores platónicos.
Crearemos un matrimonio
de mentira y ficción,
porque no quedará más remedio,
y treinta y ocho días después
acabará divorciándose de mí,
porque jurará que
ni por todo el oro del mundo
juntará nuestras lenguas,
y mucho menos se planteará
regalarme una pizca de amor.
Eso nunca, jamás.
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