viernes, 21 de mayo de 2010
Sud
Cogí un tren con destino a tu ciudad, acompañada por tres primos, dos tias, cinco amigas. Enseguida encontré tu casa, tu pequeño rincón, en una calle de piedra y bullicio de gente desconocida. Había un bar con tu nombre y, cuando estaba dispuesta a entrar, aparecí de repente en la casita de la magia, con sus pequeños gnomos cantando alegremente. Necesitaba irme. Bajé corriendo las escaleras y llegué a una plaza desierta. Vi a tu padre, a tu madre, a tu hermano. Y enseguida te vi a ti, después de tantos años. Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. Asfixiamos la distancia con un abrazo, y lloramos a carcajadas. Seguías oliendo igual de bien. Te fuiste, y yo me perdí con mis acompañantes por tu pequeña ciudad, disfrutando de ellos, pero buscándote de vez en cuando de reojo. El sol se escondió, salió, y te volví a encontrar, sentado en un banco, mientras esperabas a tu chica al compás de un cigarro. Hablamos y hablamos, no recuerdo muy bien de qué, pero seguro que sonaba bonito. De repente, escuchamos el pitido del tren, y volvimos a la plaza desierta, donde me esperaban los demás. Me regalaste un abrazo, y me prometiste que volveríamos a vernos antes de lo que pensaba. Y así espero que sea. Hasta el próximo sueño.
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3 comentarios:
Has vuelto, y sigues escribiendo bonito. En realidad, nunca te fuiste.
Bienvenida de nuevo a Shangri-Lá.
La historia de cada día: solo en sueños.
Muy bueno, se mantiene el hilo del sueño tal cual lo recomienda Freud, jajaja! SALUDOS
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