Cerró los ojos, a la espera de que las palabras viniesen por si solas, como hacían antes... Dejando salir sentimientos disfrazados con historias inventadas, para no olvidar absurdas anécdotas a las que sólo ella podía poner nombre y apellidos.
Había prometido dejar de fumar antes del atardecer, pero le encantaba golpear el teclado con un cigarro entre los dedos. Las letras se mezclaban con el humo, las teclas se llenaban de ceniza, y no avanzaba. Aquella poeta que había vivido en ella, que vomitaba cuentos cada noche, estaba dormida..
Quiso arrancar la voz de sus entrañas, olvidar la idea de volver a intentarlo. Pero no, esta vez no se rindió. Iba a hacerlo. La pequeña poeta se iba a despertar, aunque tuviese que pasar noches en vela buscando las palabras.
Ahora que su corazón latía con más fuerza que nunca, quiso resucitar su rincón más preciado, esa parte de ella que tanto le gustaba releer. Su propia huelga de latidos.
Y algo le dijo que lo conseguiría.
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