Cuando intento irme a dormir temprano, vuelves a aparecer. Me acuerdo de la noche en que cogí un avión, un autobús, un tranvía y me presenté en tu casa sin permiso. Y te gustó tanto que me abrazaste fuerte tantas horas que apenas me dejaste dormir. También recuerdo cuando me acariciabas el pelo y decías que hasta mis canas te parecían bonitas, y mi cara de gitana, y mis dientes de ratón. Me acuerdo del día en que me dijiste que follar conmigo no estuvo mal (y ya está), y del te quiero que se te escapó el día que nos despedimos (para siempre) después de darme un beso en la comisura de los labios, justo antes de irte con ella de la mano y dejarme a mí en el bar, con cara de tonta, cervezas de más y sexo barato esperándome.
Recuerdo tantas cosas que intento sacarte de mi mente dándome un poco de amor propio, pero al final acabo llorando, y llorar mientras te masturbas es demasiado triste. O quizás demasiado bonito.