Nadia no era la mejor esposa del mundo. Siempre le dolía la cabeza antes de hacer el amor, se quejaba de cosas insignificantes, hacía mucho ruido al masticar y no sabía ni preparar unas lentejas decentes, pero al menos cuidaba de él. Le planchaba la ropa, limpiaba la casa y le daba un beso cuando llegaba de trabajar. Nadia era el ejemplo ideal de mujer florero. Se mostraba dependiente, sumisa y con pocas luces. Lo que Juan no sabía es que, durante todos estos años, Nadia tenía una vida fuera de esas cuatro paredes, y un amante, y ganas de vivir, y planes de futuro. Y como una buena hormiguita, estaba preparando su huida con todo el esmero del mundo, para poder volar al otro lado del charco, y pagar para que le plancharan la ropa y le limpiaran la casa. No era la mejor esposa del mundo, pero tampoco deseaba serlo. Con ser una buena actriz mientras conseguía el dinero que necesitaba, le sobraba… Y parece ser que lo fue, porque Juan todavía llora cuando relee la postal que ella le envió dos años después desde Costa Rica el día en que volvió a ser libre.
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