[..] Cada mañana, las sábanas que envolvían un desgastado colchón le preguntaban por el sabor del placer, ese que hacía tanto que no las acariciaba. Ana les contestaba encogiéndose de hombros, pues ya ni siquiera recordaba a qué olían los besos, ni qué era eso de dormir abrazada. A decir verdad, nunca había podido perderse en sueños entre los brazos de un extraño, y menos aún de un conocido. Su último novio la dejó porque no podía quererla demasiado, porque tanto amor propio le impadía repartir caricias y palabras bonitas. Ya habían pasado noventa y dos días desde que Mario se marchó, después de compartir tan sólo dos semanas y media. Pero Ana seguía recordándole de vez en cuando.
Sin permiso alguno, una pequeña mariposa se coló por la ventana de la cocina, y empezó a revolotear alrededor de Ana. La miró atónita. Acababa de enamorarse de un insecto con fantasía en las alas. Su mirada quedó hipnotizada con los colores de la mariposa, y los transeúntes de la calle pasaron a formar parte de un segundo plano. Con la última calada, abandonó el sofá rasgado para seguir los pasos de la intrusa voladora. Inconscientemente, abrió el balcón y salió. Era la primera vez en las últimas dos semanas que un poco de aire fresco rozaba los poros de su piel. Ana se quedó paralizada. La maldita mariposa le había sacado de su refugio hasta estamparle contra la realidad de la que intentaba huir. Escuchó las risas de los niños, las quejas de los ancianos, los labios de los adolescentes juntándose en callejones desconocidos, las palabrerías de los políticos, los cotilleos de las señoras. Y una dulce voz que tarareaba una canción desconocida. De pronto, sus latidos arrancaron de nuevo, y latieron con más fuerza que nunca. Daba la sensación de que el corazón, nervioso y agitado, iba a salirse del pecho para poder buscar al dueño de esa boca cantarina. Pero Ana le tranquilizó, pues no iba a hacer falta que se escapara de su cuerpo. La pequeña mariposa se había colado en su estómago, dándole la fuerza suficiente para ser ella misma la que abandonara su viejo salón, y saliera en busca del sonido que removía sus entrañas. [..]
Sin saber porqué,
lloramos recuerdos,
y la distancia se enfrió
con cada silencio
que salía de nuestra boca.
Buscamos besos,
abrazos, tal vez miradas.
No encontré nada,
y tú tampoco.
Pero no volviste a por mí,
ni fui capaz de pedirte
que lo hicieses.
Llegué a ese banco
en el que un día soñamos.
Sin saber porqué,
estabas allí, esperando,
con la mirada perdida,
y una pequeña mueca
que pedía perdón,
que lloraba añoranza.
Estás cansado,
y tienes frío.
No tiembles más,
que yo te abrazo.
No nos queda calor,
pero mis palabras abrigan.
Recordando viejas pajas mentales.
Se sentó en el sofá rasgado y, mientras veía cómo el sol se escondía tras los tejados de su triste ciudad, encendió un cigarro. El humo nublaba sus ojos llorosos, y una canción desconocida mecía de fondo sus latidos entrecortados. Hacía unos meses que había dejado de fumar, pero un cúmulo de recuerdos le asfixiaba el corazón, y las caladas, lentas y con sabor a noches de lujuria, calmaban su respiración.
Ana vivía sola, en el sexto piso de un edificio casi en ruinas. Llevaba dos semanas refugiada en su salón, con el ruido de la televisión como única compañía, y la mirada perdida entre los desconocidos que paseaban bajo su ventana. Algo iba mal, muy mal. Pero todavía no había podido descubrir qué era lo que le había robado su sonrisa. Siempre había sido una chica optimista, feliz, que disfrutaba de los segundos de la vida, pero un día, sin saber por qué, se despertó con los ánimos arrastrándose por las tuberías, y con un vacío en el pecho que nada conseguía llenar. Ya nadie llamaba a su puerta, el teléfono había dejado de sonar, y sus labios cortados no habían articulado palabras desde hacía días.. [..]
Somos todos unos yonkis. Y no de heroína, ni de farlopa. Yonkis de la televisión, de las caricias, de la comida rápida, del placer, de los miedos, de internet, de los cotilleos, de las buenas compañías, de los orgasmos, de la autocompasión, de los bollos de chocolate, del facebook, del tuenti, del flickr, myspace, blog, messenger y youtube, de cigarros para dos, de la vergüenza perdida, de los bostezos, de los mordiscos, de.. [..]