sábado, 27 de febrero de 2010

Más tardes negras

[..] Cada mañana, las sábanas que envolvían un desgastado colchón le preguntaban por el sabor del placer, ese que hacía tanto que no las acariciaba. Ana les contestaba encogiéndose de hombros, pues ya ni siquiera recordaba a qué olían los besos, ni qué era eso de dormir abrazada. A decir verdad, nunca había podido perderse en sueños entre los brazos de un extraño, y menos aún de un conocido. Su último novio la dejó porque no podía quererla demasiado, porque tanto amor propio le impadía repartir caricias y palabras bonitas. Ya habían pasado noventa y dos días desde que Mario se marchó, después de compartir tan sólo dos semanas y media. Pero Ana seguía recordándole de vez en cuando.



Sin permiso alguno, una pequeña mariposa se coló por la ventana de la cocina, y empezó a revolotear alrededor de Ana. La miró atónita. Acababa de enamorarse de un insecto con fantasía en las alas. Su mirada quedó hipnotizada con los colores de la mariposa, y los transeúntes de la calle pasaron a formar parte de un segundo plano. Con la última calada, abandonó el sofá rasgado para seguir los pasos de la intrusa voladora. Inconscientemente, abrió el balcón y salió. Era la primera vez en las últimas dos semanas que un poco de aire fresco rozaba los poros de su piel. Ana se quedó paralizada. La maldita mariposa le había sacado de su refugio hasta estamparle contra la realidad de la que intentaba huir. Escuchó las risas de los niños, las quejas de los ancianos, los labios de los adolescentes juntándose en callejones desconocidos, las palabrerías de los políticos, los cotilleos de las señoras. Y una dulce voz que tarareaba una canción desconocida. De pronto, sus latidos arrancaron de nuevo, y latieron con más fuerza que nunca. Daba la sensación de que el corazón, nervioso y agitado, iba a salirse del pecho para poder buscar al dueño de esa boca cantarina. Pero Ana le tranquilizó, pues no iba a hacer falta que se escapara de su cuerpo. La pequeña mariposa se había colado en su estómago, dándole la fuerza suficiente para ser ella misma la que abandonara su viejo salón, y saliera en busca del sonido que removía sus entrañas. [..]



Primera parte aquí.

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