lunes, 1 de abril de 2019

Abril.

Si bien dije que mi 2019 empezaba en febrero, al estilo chino, a mitad de mes decidí que sería en marzo. Febrero tampoco quiso ser el mejor mes del mundo. Mucho frío, algo de nieve, caras largas, mocos y mal humor. Al final, empezar el año el tercer mes no ha estado tan mal. He bebido cerveza casi todos los días. He escrito poesía barata sin filtro. He celebrado la llegada de la primavera a cinco grados. He viajado. He utilizado los cigarros como excusa. He resucitado a Marina. He dormido con un gato. He comido hasta vomitar. He ido a dos conciertos, y a una fiesta surrealista. Me he reencontrado con pequeñas piezas del pasado. He desayunado café en silencio mientras un desconocido dormía en nuestra cocina. Me he reconciliado con mi huelga de latidos. He leído en el parque. He comido al sol. He podido sacar un poquito de mi orgullo y decir que no. Y también decir que sí. He querido irme, pero tenía tanto miedo que me temblaron demasiado las alas para volar. He querido quedarme, pero la rutina me aprieta los tobillos tan fuerte que me tambaleo.

He cambiado de rumbo de vida siete veces en un mes, y todavía no me he decidido.

Mientras sigo girando, ya estamos en abril.

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