jueves, 26 de febrero de 2009

Ñoñerías

El sol entra discretamente por la ventana, acariciando con dulcura cada poro de mi piel. De fondo, escucho a tus labios tararear una canción lentamente, entrecortada por tus risas matinales. Sonrío como una niña pequeña, y cierro los ojos. Las sábanas están manchadas de lujuria, y el almohadón todavía huele a tus pestañas. Me abrazo a él, vuelvo a dormir soñando.
Un cálido beso en la mejilla me despierta. Y allí estás tú, con esa felicidad que nunca te abandona, cuatro tostadas y dos cafés, mirándome tiernamente, sin mediar palabra, pero diciéndome todo con los susurros de tus pupilas. Te acuestas a mi lado, sin dejar de observarme. Dejas las tazas en la mesita, y los platos. Me abrazas con delicadeza, haciéndole cosquillas a mi ombligo, y a mi vida. Encuentro tus labios bajo las sábanas. Tus dedos pasean por mi cuerpo, por mis entrañas, por mis latidos. Te siento dentro de mí, otra vez.
Y nuestro café se enfría, mientras hacemos el amor.

martes, 24 de febrero de 2009

Quiero

Me ha invadido la locura. Y quiero gritar cada vez más alto, hasta que se desgarren las palabras de mi garganta, las caricias del paladar, la sonrisa de sus pupilas. Y quiero asfixiar las mentiras que dibujé, y perderme en un jardín de almas incombustibles abrazadas a sus entrañas, y expandir el cosquilleo que sopla cada mañana por la comisura de mis labios. Y quiero latir cada vez más fuerte, hasta que se rompan los cristales de las fachadas, los tímpanos de los curiosos, las estrellas de su mirada, las callejuelas del desamor. Desangraré todos los versos si es preciso, para que la luna no llore cuando estalle el corazón.

domingo, 22 de febrero de 2009

Caprichosxs

Últimamente, mis latidos se encaprichan con todo lo que encuentran. Voy a dejarles actuar, a ver qué nos depara el destino. Ahora serán ellos quien me guien. Yo sólo me dejo llevar.

jueves, 12 de febrero de 2009

Tu olor

Hoy he vuelto a sentir tu olor en mis entrañas, y eso que ya no me acuerdo a qué huelen tus suspiros. Las miradas que nos desnudaban se perdieron con tu silencio. Cada palabra que me regalaste ha ido callando lentamente, dejando sin voz a las caricias de tu sonrisa, de mi paciencia. Ese frío beso que me diste ha huído de mi paladar. A punto estuve de olvidar hasta tu nombre.

Tus pupilas clavadas en mis latidos me visitan constantemente, sin darme tiempo a cortarles las alas para que no me mordisqueen el corazón. La última noche en la que perdimos la inocencia abraza de vez en cuando mis sueños, intentando pasar desapercibida ante los guardianes de la luna. Tus labios durmieron mi conciencia en un descuido de la razón, y el único recuerdo que guardo de ti se fue pintando sobre un cielo rojo con lágrimas de ceniza. Perdimos el control del tiempo mientras una pequeña parte de nosotros ardía alrededor de nuestras manos entrelazadas. Tus ojos se ocultaron entre la nada, intentando dedicarme un hasta pronto, cuando sabía que un mañana nunca llegaría. Tal vez tú me mentiste, pero no lo hizo tu mirada. Jamás volví a susurrarle versos a tu corazón.

Han pasado demasiados meses, pero todavía me gusta volver a reencontrarme con tu olor muy de vez en cuando, aunque la mayoría de veces ni siquiera pueda reconocerlo.

Callejones orgásmicos

Al caer la noche, nuestras miradas se cruzaron. Gritaron al unísono que querían derretirse juntas, sudar hasta perder el control. Asfixiarse entre gemidos y latidos confusos, jugar con las cosquillas del destino. Esta vez no hubieron sábanas de por medio, tan sólo un callejón oscuro con las paredes pintadas, la inocencia desabrochada, y dos corazones desconocidos que se arañaron el alma, que se desgarraron la razón a bocados. Llovieron versos susurrados salvajemente, de esos que jamás volveré a escuchar. Un beso sobrecogedor erizaba los poros de mi piel, y la noción del tiempo se iba evaporando poco a poco, al compás de tus caricias. La punta de tus dedos dibujaba caminos infinitos en mi vientre, en mis pupilas, en nuestras ganas de amar. Mientras tanto, un dulce cascabel marcaba el final de la noche, sonando cada vez más deprisa, hasta llegar al orgasmo con la alborada como único testigo.

Lejos

Vete lejos,
y suelta mi mano,
que ya no quedan noches
para andar descalzos,
ya no tengo sueños
para estar contigo.
Hoy no quiero besos,
ni miradas,
ni sonrisas,
ni ninguna de esas cosas
que siempre te pedí,
mientras inventaba versos
que nunca te dije,
que jamás escucharás,
que se perdieron en el tintero
la noche que admitiste
que nunca volverás.
Y ya no quiero verte,
y no voy a llorar.
Porque no nos quedan ganas
para seguir luchando,
ni fuerza, ni tiempo,
ni un sucio caparazón.
Ni relojes, ni esperanza,
ni latidos, ni corazón.

(No) Volver a verte

Las nubes arroparon mi llanto aquella noche, cuando todo quería ser bonito, y unas tristes palabras rompieron el hechizo de la luna pasajera. El tiempo marcaba los últimos pasos, mientras mi respiración se entrecortaba cada vez con más fuerza, más deprisa, sedienta de poder querer. Dijiste adiós con la mirada perdida entre mis labios, las pupilas pidiendo perdón, y tus manos escondiendo demasiados recuerdos. Te marchaste, y ya no sigo tu camino. Dejé abierta la puerta de atrás, por si volvías, pero ayer la cerré bajo llave. Ya no añoro tu presencia, he borrado toda esencia que me recordara a ti, a tus latidos, a tu forma de vivir, a nuestros sentidos, entrelazados tantos días, separados semana tras semana, año tras año. Toda película tiene un final, y hoy escribo el nuestro. La lluvia seguirá siendo arte en aquél lugar, sin importar si sigues en él, o si has huido para siempre. Las nubes y yo no queremos volver a verte.

Locuras

La noche está ansiosa por cubrir la ciudad. Las familias se amontonan en sus salones, rodeando a la televisión, mientras sus cenas precocinadas se enfrían en sus rodillas. La caja tonta les cuenta unas cuantas mentiras, y los ignorantes, grandes y pequeños, asienten pausadamente con la cabeza, sin mediar palabra. Mientras tanto, él ha cambiado su sofá por un taburete envejecido, su salón por un sucio pero acogedor garaje, su televisor por un cuadro desteñido a punto de descolgarse sin permiso. Cree que está loco, demasiado loco, y por eso lo va a hacer. Va a dar el paso, el gran paso, el jodido paso. Una cuerda recién comprada acaricia sensualmente su cuello, besando cada poro de su piel. Ninguna mujer había conseguido empalmar su cerebro con tanta rapidez como este momento, este mismo instante. La mugre, el ruido de los televisores vecinos, los recuerdos, la locura, el taburete, la cuerda, él. Una combinación inexplicablemente excitante. Con un nudo de prolipropileno descansando en su nuca, sabe que ha llegado la hora. Está subido en el taburete, mirando al frente. Se coge los huevos con fuerza, y da una patada. Se queda colgando en el aire, como un pequeño péndulo que se balancea lentísimamente. La escena ha pasado de ser excitante a ser algo cómica. Él intenta reírse de la locura que acaba de cometer. Las carcajadas le corroen por dentro, pero el oxígeno no juega a su favor, y cada vez le cuesta más inspirar, expirar.Se le sale el corazón por la boca, y los huevos, y la esperanza, y la razón. Y la impotencia de no poder levantar el taburete, deshacerse de ese nudo e irse a su salón a rodear a su querida televisión, como cualquiera de sus vecinos. Seguro que le está esperando con los brazos abiertos, y él ahí, colgado en medio de ese sucio garaje, perdienndo el tiempo, y la vida. Hoy jugaban los Lakers, y no lo va a ver por el absurdo capricho de querer suicidarse.

lunes, 2 de febrero de 2009

Pequeñuela

El tiempo ha pasado de puntillas, por nuestro lado, casi sin darnos cuenta. Ya no hablas, pero te escucho. Tan sólo con mirarte me regalas mil palabras, cien sonrisas, diez caricias, una vida. Un nudo en el estómago y la asfixia en mis latidos me envuelven cuando sueño que algún día marcharás. Será porque te quiero (demasiado).