... Le había partido el corazón en mil pedazos de hojalata. Sus lágrimas tintaron de negro el azul del cielo, y su dolor brotó del asfalto, se escondió en sus pupilas, y empezó a crecer. Tantos versos saboreados, tantos besos regalados, tantas noches en vela, tantos recuerdos enlatados. Tantas falsas ilusiones no habían servido para nada. Y allí estaba él, sentado en su sillón, testigo de cientos de murmullos y caricias, observando detenidamente cómo huía su pequeña princesa, su compañera, su amiga. Su todo. Tan sólo le dejó un hasta nunca en la mesita, y un adiós en la mirada.
Fue suya por un tiempo. Ahora, los segundos corrían en su contra, y se la llevaron sin pedir permiso alguno. El grito de la ciudad puso fin a un viejo sueño, la pesadilla despertó. Días después, sus latidos callaron para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario