Me había prometido no hacer lista de propósitos, ni balance del año, ni todas esas chorradas, pero una parte de mí es muy tradicional, y no he podido reprimirme.
2019 ha sido un año agridulce, con tantos cambios que todavía me atraganto. Dos países, tres trabajos y cuatro casas en menos de cinco meses descolocan a cualquiera. Era de esperar que pasara algo así, porque los años impares nunca se me han dado bien. El año chino del cerdo nos las ha hecho pasar putas (y digo "nos", porque hemos sido unas cuantas las que tenemos las rodillas peladas de tanto tropezar con piedras absurdas durante estos meses).
Aun así, pese a los dramas, he ido adaptándome a todos estos cambios a velocidad de hormiga, y poco a poco veo la luz. Además, he escrito cinco o seis listas de propósitos: leer más, escribir más, hacer deporte, viajar a varios países, encontrar mi lugar -aunque sea temporal-, quererme más, abrazarme sin miedo, crear un proyecto (y no abandonarlo), ir al teatro más a menudo.. Algo fácil, propósitos que se plantean la mayoría de mortales (y que cumplen sólo una minoría). De momento me siento optimista, porque ya me he apuntado a un taller de escritura y al gimnasio, y eso que todavía no ha acabado el año. A tope.
Decimos adiós al 2019 con un poquito de resquemor, pero mucho más fuertes y con ganas de empezar de nuevo por enésima vez. Este año jugamos con ventaja, porque el 2020 es par. Y los años pares pasan cosas bonitas: Me gradúo en la universidad, encuentro trabajo como educadora, me mudo de ciudad, vivo en otro país, viajo a un continente distinto... Presiento que el 2020 se portará bien. Además, es el año de la rata en el calendario chino, así que estamos de suerte, porque mi pequeña Orik nos guiará desde las estrellas.
En unas horas daremos la bienvenida al 2020 en mi ciudad favorita. Todavía no tenemos pensado el guión, pero esta vez no nos hace falta. Menos tropiezos tontos y más avanzar sin miedo. Y poco más. El resto, que fluya.
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