¿Sabes? Hace tiempo que me pregunto qué es la vida, eso que todos tenemos, pero que cada cual ve a su manera, que a unos les gusta más y a otros menos, que unos aprovechan y otros dejan que pase sin pararse a contemplarla, que algunos se la merecen más que unos cuantos, que es la base de cada persona, de cada uno de nosotros. La mía empezó hace dieciocho años, unos meses y algunos días atrás. Supongo, y espero, que aún me quedan dosis de ella en el cajón de la mesita, en el estante de tu estantería, en vuestras pupilas, en nuestros caminos. He desperdiciado miles de segundos, como todos, creo. Pero también he gozado de muchos de ellos. Algunos los he saboreado sola, con mis suspiros como compañía, o mis palabras, o mis silencios. El resto los he pintado con los pinceles de vuestra amistad, de vuestra presencia. Una vez escuché que si no fuese por los amigos, no valdría la pena vivir. Pocas veces he dudado de ello. En algún momento de rabia, o de malestar. Pero la teoría se confirma con el paso de los años. ¿Quién, sino, aguantaría cambios de humor hormonales? ¿O historias interminables que al final resultan aburridas? ¿O enamoramientos momentanios que monotonizan las conversaciones? Dónde iríamos a parar sin esos consejos, sin esas risas, sin esas miradas que lo dicen todo, sin esos silencios que nunca resultan incómodos, ¿verdad? Es cierto que los amigos van rotando, la vida es demasiado larga para estar rodeada siempre de las mismas personas. La gente viene y va, como el tiempo, o como las olas. Pero siempre quedan huellas, recuerdos que ni olvido se llevará, momentos que huelen demasiado bien para dejar que se vayan. Cada persona es un mundo, y me agrada formar parte de unos cuantos, porque por mucho que me guste la soledad, las largas horas de conversaciones sin sentido no las cambiaría por nada, ni los cafés después de comer, ni ese cigarrillo a medias, ni unas cuantas palabras que dicen más que trescientos libros juntos, ni un quéganasteníadeveros tan sincero que gritamos al reencontrarnos. La vida es un camino hecho de pequeños detalles, y si sabemos apreciarlos, todo cambia de color. Hay días en que se ve todo negro, pero no porque se haya escondido la luz, sino porque no sabemos encontrarla. Tal vez me queje de caminar por este sendero, pero sé que en el fondo me gusta, y me da miedo que llegue el momento en que mis pies dejen de andar, y mi voz se calle al caer el sol. Dicen que los gatos tienen siete vidas, pero yo no soy un gato. Sólo tengo una, o al menos eso me han enseñado. Así que será cuestión de agarrarme al tiempo antes de que se me escape. Desperdiciar unos cuantos segundos de vez en cuando tampoco viene mal, desestresa bastante. Pero que no sea en grandes dosis, porque aunque parezcan interminables, llegará un día en que digan basta, el reloj se pare, y deje de prestarnos tic-tacs. Supongo que nunca encontraré una buena explicación sobre qué es la vida, así que dejaré de preguntármelo. Dejaré que ella misma sea la que resuelva mi duda, cuando llegue al final del camino, habiendo aprovechando tantos momentos como me sean posibles. Sola, ocasionalmente. Acompañada, siempre que pueda.