sábado, 12 de julio de 2008

Arinconadxs

Hace muchas noches que me invade el silencio. La casa está vacía sin tu presencia, y los pájaros ya no cantan cuando sale el sol. Ya no llueven caricias en nuestro sofá, ya no se escuchan susurros en la almohada, ya no perdemos la inocencia disimuladamente bajo la mesa del comedor.
Mientras una manada de recuerdos se acurrucan en mis pupilas, intento buscar un sustituto a tus palabras, al sonido de tu voz, a tu presencia. Cada canción que suena me recuerda a ti, sin poder evitarlo. He tenido que dejar de disfrutar de la música por un tiempo; cada nota es una espina que se adentra más y más.
La cafetera ya está lista, café para dos, o tres incluso. Pero tan sólo estamos mi soledad y yo. Ella no toma café de madrugada. Aprovecho la ocasión, y me sirvo dos tazas, o tres incluso. Hoy no tengo ganas de dormir, pues sueño demasiado, y al despertar, la realidad me araña las entrañas. Hoy seré consciente de la verdad, me acomodaré a ella, y no dejaré que me hunda. Eso jamás. Sólo he caído una vez, y fue la vez que te marchaste. Pero llevo demasiado tiempo en el suelo, es momento de levantarse.
Entro en el dormitorio. Las sábanas arrugadas reviven una de tantas noches que pasamos escondidos en ellas. Se me eriza el alma al pensar en ello, en esos besos, en esos notevayas, en esas sonrisas. Me siento en la cama, y enciendo un cigarro. Con el humo de fondo se está mejor, la realidad parece más confusa, y las verdades punzantes parece que desaparezcan por un momento. Con cada calada asesino un recuerdo. No sé si esto estará bien o mal, si me arrepentiré o no, pero no importa. Me apetece hacerlo, y no veo porqué negarse.
Abro la ventana. El sol ha decidido darnos los buenos días. Me siento en la repisa, y observo cómo va saliendo poco a poco, matando a esas noches que sólo me regalan silencio, despertando a los alegres pajarillos que intentan callar con sus cantos los motores de los coches y los gritos de la gente de esta escandalosa ciudad. Enciendo otro cigarro. Hacía tiempo que no me sentía tan bien con tan poca cosa, como el día en el que me escribiste versos en el pecho, de esos que decías que nunca se irían, pero que acabaron huyendo. Necesito salir a la calle, a gritar como todas esas personas, a caminar, a saltar, a volver a empezar.
Vuelvo a ese rincón que tanto nos gustaba, en el parque que hay detrás de casa. Hemos pasado muchos, muchísimos momentos allí, y no debería volver, pero tengo ganas de ir una vez
más a ese lugar. Ha cambiado bastante desde la última vez que fuimos. La hierba ha crecido, y hay más flores que nunca. Me gusta más ahora. Me tumbo en el suelo, y las nubes me regalan formas y sonrisas.
Hacía tiempo que no decía esto, pero sé que hoy puedo: Me siento bien. Te he recordado mucho, demasiado. Lo suficiente para olvidarte. Once meses, trece días y veintidos horas han sido necesarias para ello, pero por fin lo he conseguido. Hoy es el día perfecto para empezar un nuevo camino perfecto con una felicidad perfecta y unas cuantas pinceladas de imperfectismo. Ya no busco tu voz, ni tu presencia, ni tus caricias, ni tus notevayas. He borrado prácticamente todo, ya no eres parte de un presente que parecía eterno. Pero no te preocupes, este rincón siempre será nuestro rincón.

No hay comentarios: