Hoy, Marina no tiene ganas de hablar.
Marina tiene ganas de sol, de perderse en el mar, de levantarse temprano, ponerse el albornoz, salir al balcón y respirar aire fresco. De tomarse un café sin azúcar, a veces acompañada, a veces sola. De trabajar en algo que le guste, que no le dé miedo, que le haga crecer. De viajar de vez en cuando. De sentir que por fin tiene un hogar. De dejar de echar de menos y perderse en la nostalgia. De olvidarse de tranvías y reconciliarse con la bicicleta. De no solucionar todo con unas birras de más. De leer antes de dormir, y mientras se hace la comida. De cuidar gatos ajenos. De querer de verdad. De abrazarse a quien le abrace. De dejar de soñar en voz alta y empezar a volar.
Marina, la que siempre llega tarde a los sitios pero con la mesa puesta.
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