domingo, 10 de marzo de 2019

Marina

De vez en cuando, me acuerdo de Marina. Nació un invierno del 2012, cuando creía que iba a comerme el mundo con la poesía (y en el fondo era ella la que me estaba devorando a mí poquito a poco).

Bukowski tenía a Chinaski, Heminway creó a Adams. Arantxa inventó a Marina, su alterego como terapia, como solución a sus problemas. ¿Qué pasa? Cada cual se deshace de su mierda como quiere.

Al principio fue maravilloso. Cada semana vivía una nueva aventura. En sus historias, siempre había sexo, soledad dramatizada y cigarrillos. Llegué a plantearme enseñársela al mundo, dejar que conociesen a Marina. Pero me dio mucho miedo que no fuese aceptada, así que tan sólo se la presenté a dos o tres amigas. Nada más.

Lo mejor de todo es que les gustó. Y querían más. Porque Marina es egoísta, una bala perdida, a veces un poco tonta... Pero te engancha. Y te apetece conocerla, y abrazarla, y consolarla. Aun así, no les hice caso. Decidí silenciar a Marina, y les dejé con las ganas.

Cada uno o dos años, me despertaba un domingo de resaca inspirada, y decidía que iba a resucitar a Marina. Así que me ponía manos a la obra: copa de vino, cigarrillos, música relajante, habitación sin luz. Y dejaba que mi pequeña viviera al menos un capítulo más. Un polvo fallido, un cambio de trabajo, un reencuentro fortuito... Cualquier cosa valía para hacerla crecer, y para hacerme creer que esta vez sí, que habíamos vuelto, que Marina había renacido, y por fin iba a sobrevivir.

Pero no. Al día siguiente, la resaca desaparecía y la rutina empezaba de nuevo, y volvía a mi trabajo fijo, a mi nidito de (des)amor, a mis gatas, a las discusiones sin sentido, a las calles abarrotadas, a los setenta y ocho minutos de metro diarios, a beber antes de dormir y a comer para ahogar las penas. Y entre tanta mierda, me olvidaba de las palabras, de las historias, y de la pobre Marina.

Hace tiempo, esa rutina que parecía tan inamovible desapareció. Así, sin más. Y entré en un bucle sin rumbo de adolescencia, de sinsentidos, de subidas y de bajadas. Me perdí en un caos en el que todavía me acurruco cada fin de semana. Se fue la rutina, al menos de momento. Quizás sea por ello que ahora me acuerdo más de ella, que la echo de menos, que quiero que vuelva y abrazarla y consolarla. Porque parece que cuando cuido de Marina me duele un poquito menos el alma. Y creo que lo que escribo no está tan mal, aunque se quede guardado en un word sin formato y sin sentido.

Me consuelo pensando que
cuando todo
se vaya
a la mierda,
cuando no
me salgan
las palabras
y dejen
de existir
los
versos
y
los
besos,
Marina
estará
esperándo(me).

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