Podría volver a perderme horas y horas
imaginando cuántas noches en vela
ha pasado aquella pobre mujer,
persiguiendo a los gatos
gordos y poco agraciados
que se creen los reyes del barrio,
observando a los niños
jugando a la pelota,
mientras me pregunto
qué narices andarán haciendo las niñas,
perdiéndome entre viejos edificios
pintados de colores vivos
para disimular su pasado soviético,
subiéndome en autobuses
y tranvías destartalados
llenos de gente adorable,
leyendo las humildes historias
que nos cuenta cada balcón.
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